Incluido en la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad (UNESCO, 2011), el Fado ha sido capaz, al largo de su historia aproximada de doscientos años, de derrumbar todas las fronteras culturales y geográficas a que estaba sujeto.

Conquisto definitivamente la poesía erudita portuguesa, tiene presencia asidua en las salas de espectáculo más prestigiadas del Mundo y sus artistas más emblemáticos se han convertido en verdaderos íconos de las artes de espectáculo portuguesas.

Capaz de rever y actualizar los grandes temas de la música tradicional portuguesa en la imagen del presente, el Fado diluí fronteras entre el erudito y popular, reunido influencias de geografías distantes para las reorganizar, en una gramática propia en constante renovación, mientras dialoga abiertamente con otros géneros musicales.

En pleno siglo XXI, el fado adquirió una visibilidad creciente y una presencia fuerte en el conjunto de la vida cultural portuguesa.

Desde sus orígenes en el segundo cuartel del siglo XIX, ha reunido influencias poéticas, musicales, culturales y tecnológicas diversificadas, diseñando un recurrido de consagración en las variadas áreas.

Internacionalizándose en la segunda mitad del siglo XX, su notoriedad le conferido un protagonismo de imagen de marca, en plena afirmación en el circuito internacional de la world music.

Canción de Lisboa, el Fado se ha vuelto la canción de todo Portugal.

Hoy, más que nunca, es una canción universal, es nuestro DNI y pasaporte. De Amália Rodrigues a los artistas de la nueva generación, el Fado se celebra universalmente. Patrimonio vivo, ars populi que nos identifica por todo o Mundo, el Fado es hoy también una imagen de modernidad.

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